miércoles, 25 de noviembre de 2009

Historia de horror

Era muy temprano y llovía. Miré la dirección en la hoja que me habían dado y vi que concordaba con la de la casa. Así que me dispuse a tocar. Al ver que nadie atendía a la puerta, pensé que nadie vivía en aquella casa y que al anciano que me facilitó la dirección solo le gustaba burlarse de la gente perdida que busca donde dormir. Pero no fue así, justo antes de marcharme una elegante anciana abrió la puerta, y me preguntó qué se me ofrecía. Le dije que buscaba asilo; ella me invitó a pasar.
Al entrar me dí cuenta de lo grande que era la casa, me pregunté si habría más huéspedes ahí, porque el lugar estaba muy silencioso. La anciana se presentó conmigo, dijo que se llamaba Mónica y después de yo hacer lo mismo me condujo hasta la habitación donde pasaría la noche.
Ya en el cuarto, colgué mi abrigo en un antiguo perchero rosado, toda la habitación era rosa, parecía que había sido de alguna niña o algo por el estilo. Después de quitarme los zapatos, me dirigí a la cama a dormir.
El golpeteo de la lluvia contra la ventana me impedía dormir a gusto. Mantuve mis ojos cerrados para ver si así podía conciliar el sueño, pero unos gemidos me hicieron levantar para ver qué pasaba. Busqué el interruptor pero al presionarlo me percaté de que no había luz. Abrí la puerta y observé el pasillo oscuro: se escuchaba el llanto de un niño. Regresé a la habitación y tomé una de las velas que había visto y la encendí, para buscar al niño.
Dejé de escuchar el llanto. Seguí caminando y de repente sentí un golpe en mis pies, bajé
la mirada
y vi a un pequeño niño, agachado. Su cabello era rubio y rizado, vestía un pijama a rayas azul. Le pregunté “¿Dónde están tus papás?”, me tomó de la mano y me llevó hacia el ático. Sentí un poco de miedo y volví a preguntarle por sus padres. “Tú eres mi mamá” dijo con inocencia. En ese instante volvió su cara hacía mí y me di cuenta de su rostro deforme. Sus ojos eren completamente negros, sus dientes eran chuecos y amarillos; y su rostro parecía haber sido quemado. En ese instante lo arrojé y corrí hacía mi habitación. Mi corazón se aceleraba y mis pasos se volvían algo torpes. Al llegar al cuarto cerré la puerta y me puse a empacar, no pensaba durar ni un minuto más ahí.
Volví a abrir la puerta, pero esta vez el pasillo estaba iluminado, eso me hizo sentir un poco más segura. Llamé a la señora Mónica, no me importaba que mis gritos pudieran despertar a alguien. Bajé las escaleras y llegué a la sala. En un sillón pude ver sobresalir del respaldo el cabello de la señora Mónica.
Aliviada de encontrarla me dirigí hacia ella, pero al tomarla por el hombro, vi cómo su cabeza caía al suelo. Volteé al piso y observé la sangre derramada, sentí nauseas y comencé a gritar.
Me dirigía hacia la puerta cuando vi frente a ella al niño con las manos llenas de sangre. “Mami, no quiero que te vayas”, dijo. Lo ignoré y al ver que se acercaba a mí, tomé un paraguas y lo golpeé, se cayó pero cuando se puso de pie parecía muy enojado y dijo: “Te odio”. Sacó un cuchillo del bolso de su pantalón y corrió hacia mí. Yo corrí hacía la planta de arriba, pero tropecé con la sangre de la señora Mónica. Me levanté lo más rápido que pude y subí las escaleras.
Me dirigí al ático, cerré la puerta en cuanto entré y puse una mesa y todo lo que encontré tras esta para que el niño no pudiera pasar. Busqué la forma de salir de la casa: salir por la ventana parecía la única opción; pero estaba muy alto.
Había muchos periódicos viejos, tomé uno para verlo: en el encabezado se encontraba la foto de la señora Mónica, un hombre estaba al lado de ella y en sus brazos sostenía a un bello niño de ojos azules. Me di cuenta de que el niño era el pequeño demonio asesino que me perseguía. El periódico hablaba de un tal doctor Weber que había producido una vacuna para mantener a las personas jóvenes y sanas. Encontré también fotos de animales en los cuales se había experimentado. Se iban deformando a pesar de prevalecer jóvenes. Por fin supe lo que le había pasado a ese niño.
De repente escuché un fuerte golpe, el mocoso había entrado, tome una pala que había ahí. Comencé a temblar, el niño se acercó a mi con rapidez y a pesar de de que lo había esquivado, alcanzo a encajar el cuchillo en mi brazo. Salí del ático, gritando de dolor, el cuchillo aun seguía en mi brazo. El niño venia tras de mi, encontré una puerta, pero al abrirla, una decena de cuerpos, cayeron sobre mi. Todos habían sido asesinados por el engendro. No podía moverme, el dolor en mi brazo penetraba como fuego por todo mi cuerpo, sentía la sangre de los demás, escurriendo por toda mi piel, podía percibir su olor. El niño se acercó a mi, sacó el cuchillo de mi brazo. Grité. Tomó una jeringa y me la introdujo, sentía como se iba quemando mi piel. Tras el niño, agonizante, pude ver la silueta del anciano que me había dado la dirección, escuché como se reía. El niño, encajo el cuchillo en mi pecho. Y así di mi último suspiro.

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