domingo, 5 de junio de 2016

Viejos recuerdos

Hace ya bastante tiempo, en mi adolescencia, era casi un deporte para mí ponerme a pensar en el sentido de mi vida y el sinsentido de mi muerte. Ateo recalcitrante, lo cierto es que nunca di gran importancia a lo que vendrá después en términos místicos o espirituales. Simple y llanamente, me aterra la idea de desperdiciar mi vida siendo esta la única que tengo.

Hoy me puse a leer "París no se acaba nunca" de Enrique Vila-Matas. Allí, el autor hace una recolecta irónica de sus vivencias durante los años que vivió en París, inspirado por Hemingway en "París era una fiesta". Así, mientras que el viejo pescador fue "muy pobre y muy feliz" durante sus años parisinos, el catalán fue "muy pobre y muy infeliz" y yo, en mi estancia por la Ciudad Luz, solamente fui muy pobre. La diferencia es que yo no fui allá salvo con la firme convicción de bien morir en aquella ajena patria donde tantos otros habían dado sentido a su vida.

Quizá solo es la sensación de nostalgia, sin embargo, hoy, leyendo mi libro, bebiendo una cerveza y comiendo un buen bistec en un restaurante clasemediero, me volví a sentir invadido por esa juvenil duda de ¿qué pasará cuando fallezca? Más allá de los llantos de amigos y familiares, ¿habré dejado una pequeña marca en la vida de las personas? No he escrito ni la "gran novela anericana" ni su versión más mínima y no siento haber transformado el mundo en forma alguna. No sé, es domingo y me embargan las dudas.

martes, 13 de agosto de 2013

Mirar adelante

Si miro atrás a estos últimos años, no podría creer que allá tenido que pasar por todo lo que he pasado para estar aquí, precisamente porque "aquí" no se siente como ningún lado. Veo hacia atrás y ya no retrocedo un par de años sino que me voy una década antes y siento que conforme avanzó el tiempo no se obtuvo nada, sino que se fueron perdiendo cosas.

  No sé si ustedes la tengan, pero ayer me topé con una antigua lista de cosas por hacer, cosas simples, incluso tontas que quería(mos) hacer: volar una cometa, ir de picnic a un parque, comer en cierto restaurante, darse un baño. Cosas que, para la mayoría, deberían de resultar muy simples, reconfortantes e incluso rutinarias. Pero nunca sucedieron. Quizá sea porque nos enfocamos tanto en las cosas importantes que se descuidan esas pequeñas acciones. Quizá en la búsqueda de un bien mayor perdemos la perspectiva de lo que a grandes rasgos nos impulsó a lanzarnos en esa búsqueda en un principio.

Yo empecé con una consigna, por demás sencilla: hacer feliz a la mujer que "amobaré". Sencilla en concepto, pero no en aplicación. Verán, hacer feliz a una mujer, para mí, consistía en impulsarla a lograr cualesquiera que fueran sus sueños a toda costa y a aprender más cosas cada día. Ahora, casi una década después, me doy cuenta de que logré hacer eso pero descuidé hasta tal punto los pequeños detalles que al final solo pudo haber un resultado que bien podríamos llamar lógico (aunque yo no lo hago): la destrucción del centro gravitatorio de los sueños.

Una relación, después de todo, es un sueño, una idea, un ideal. Y en el centro de esa compleja estructura debe de haber algo en común que una y re-úna todo lo que gira a su alrededor, como el sol dando vida a miles de millones de organismos. Hay una función, una base y un fundamento primordial para todo y para todos.

Vi esa lista, vi lo que se ha hecho en estos años, las personas que ayudé y en qué medida y las personas que "destruí" y en qué medida. Desde luego, una cosa salta a la vista: yo no aparezco en la historia. Soy o fui una figura actancial en mi vida, pero no el protagonista. El "bien mayor", la "big picture" no estaba enfocada en mí.

En momentos así recuerdo a Horace Slughurn y pienso a futuro como Albus Dumbledore. En tanto que profesor, la labor que nos compete es ocuparse de ver que los demás, quienes nos importan, realicen a toda costa, en la medida de sus posibilidades y explotando cada fibra de su esfuerzo para llegar a ver cumplidas cualesquiera expectativas que se hayan planteado.

Escucho "Nessun Dorma" con Pavarotti. Pienso en la lista y recuerdo un elemento en particular: "casarse". Me parecía tan nimio en aquellos días y ahora parece tan importante. Pero algunos sueños no se llegan a cumplir o al menos no como uno lo esperaba.

Al mirar adelante, desde donde estoy ahora, veo un futuro de cumplir e impulsar sueños ajenos. Traté de enfocarme en los míos, pues claro que los tengo, sin embargo me pongo a mirar adelante y veo lo mismo que hace 10 años: sacrificio y vacío, nada salvo la recompensa de saber que se ayudó a los demás. Y no hay altruismo en la acción, solo tristeza y orgullo.

Miro adelante y veo un Albus Dumbledore, cayendo de una torre, amado pero destruido, rodeado de personas pero abandonado, satisfecho y orgulloso pero muerto, aplastado, con la cabeza abierta y el cabello ensangrentado.


jueves, 25 de julio de 2013

Pesadilla

Me fui a dormir una siesta pues anoche no dormí casi nada. Comenzaba a nublarse el cielo y hacer algo de aire, pero aún así me desvestí y me metí a la cama. 

Iba manejando por una carretera muy larga, llena de curvas. Era de noche y en mi dirección no había nadie pero en sentido opuesto venían muchas personas. Yo estaba desesperado por llegar a algún lugar o por alejarme de algún lugar, sé que me sentía muy triste, desolado y aterrado. Pero seguía manejando, sólo sabía que estaba aquí, aunque no sé dónde es "aquí".

De repente cambió el sueño y yo me encontraba atrapado en un pozo cilíndrico, solo un hoyo en la tierra, pero lo suficientemente profundo para no poder escalar. Estaba iluminado de color azul, imagino que con luces de neón, pero ¡era un maldito agujero! y yo tocaba una canción tristísima con una guitarra acústica. Entonces comenzaban a aparecer rostros afuera, los rostros de las mujeres que he querido alguna vez y una a una se asomaban, cada una con expresiones distintas, me decían algo que no podía escuchar y se iban, hasta que llegó ella, me vio con una mirada furiosa, tomó una pala y me enterró por completo. Lo último que pude ver fue que tomó a otro hombre por la mano y se iban.

Recuerdo sentir la opresión de la tierra, la asfixia y pensar que pronto estaría muerto y estaba solo.
Desperté con esa sensación y me dieron muchas ganas de llorar.

jueves, 10 de diciembre de 2009

Una de esas frases que hay que tatuarse

No recuerdo dónde lo vi, pero creo que fue en una mala película o un buen documental donde uno de los personajes dijo esta maravillosa frase:


Life is too short not to have an orgasm everyday


y ahora estoy considerando tatuármela o al menos escribirla en el techo sobre mi cama para recordarme su innegable verdad

El escritor a la moda










Una de las verdades semi-universales del oficio (porque escribir es un oficio) que no ha nacido el gran Brad Pitt de la escritura ni el Tyson Beckford de la literatura. Lo que quiero decir es que, vaya, un gran escritor no es un hombre (aquí no me meto con las mujeres) guapo en el sentido moderno (televisivo y cinematográfico) de la palabra.




Somos (yo escribo, así que me cuento) más bien malvestidos o bienvestidos-excéntricos, no nos regimos por los convencionalismos sociales, sea porque los rechazamos, sea porque no tenemos dinero para mantener un guardarropa armani, sea porque (triste como es) probablemente no luciríamos demasiado bien en un conjunto ermenegildo zegna porque nuestros cuerpos que son o exageradamente esqueléticos (y no a lo Iggy Pop ni a lo Scott Weiland) o más bien gordos semi-amorfos en una jugarreta del destino que nos asemeja al Espantapájaros del Mago de Oz o a Moby Dick.




Pero todo gran escritor (aquí me excluyo respetuosamente) ha tenido un estilo muy peculiar en su excentricidad o desprecio por los convencionalismo. Y aunque no somos ningún ejemplo del súperhombre (a la americana) tenemos un no-sé-qué-que-qué-sé-yo que logra que hombres como Charles Bukowski o Henry Miller, que no eran para nada agraciados, tuvieran prácticamente harenes de bellas (y no tan bellas, que de todo hay) mujeres a su alrededor e incluso viviendo en condiciones deplorables, como Poe o los bohemios francesitos, mantuvieran vivo el espíritu del sex-appeal que proporciona un gran cerebro y un gran talento. El escritor, el artista, se forja su propia cultura, sus propias reglas y su propia moda y estilo y sigue manteniendo su dignidad hasta en las situaciones más indignas porque no pierde de vista nunca la idea (no politizada)
de Libertad.

miércoles, 25 de noviembre de 2009

Historia de horror

Era muy temprano y llovía. Miré la dirección en la hoja que me habían dado y vi que concordaba con la de la casa. Así que me dispuse a tocar. Al ver que nadie atendía a la puerta, pensé que nadie vivía en aquella casa y que al anciano que me facilitó la dirección solo le gustaba burlarse de la gente perdida que busca donde dormir. Pero no fue así, justo antes de marcharme una elegante anciana abrió la puerta, y me preguntó qué se me ofrecía. Le dije que buscaba asilo; ella me invitó a pasar.
Al entrar me dí cuenta de lo grande que era la casa, me pregunté si habría más huéspedes ahí, porque el lugar estaba muy silencioso. La anciana se presentó conmigo, dijo que se llamaba Mónica y después de yo hacer lo mismo me condujo hasta la habitación donde pasaría la noche.
Ya en el cuarto, colgué mi abrigo en un antiguo perchero rosado, toda la habitación era rosa, parecía que había sido de alguna niña o algo por el estilo. Después de quitarme los zapatos, me dirigí a la cama a dormir.
El golpeteo de la lluvia contra la ventana me impedía dormir a gusto. Mantuve mis ojos cerrados para ver si así podía conciliar el sueño, pero unos gemidos me hicieron levantar para ver qué pasaba. Busqué el interruptor pero al presionarlo me percaté de que no había luz. Abrí la puerta y observé el pasillo oscuro: se escuchaba el llanto de un niño. Regresé a la habitación y tomé una de las velas que había visto y la encendí, para buscar al niño.
Dejé de escuchar el llanto. Seguí caminando y de repente sentí un golpe en mis pies, bajé
la mirada
y vi a un pequeño niño, agachado. Su cabello era rubio y rizado, vestía un pijama a rayas azul. Le pregunté “¿Dónde están tus papás?”, me tomó de la mano y me llevó hacia el ático. Sentí un poco de miedo y volví a preguntarle por sus padres. “Tú eres mi mamá” dijo con inocencia. En ese instante volvió su cara hacía mí y me di cuenta de su rostro deforme. Sus ojos eren completamente negros, sus dientes eran chuecos y amarillos; y su rostro parecía haber sido quemado. En ese instante lo arrojé y corrí hacía mi habitación. Mi corazón se aceleraba y mis pasos se volvían algo torpes. Al llegar al cuarto cerré la puerta y me puse a empacar, no pensaba durar ni un minuto más ahí.
Volví a abrir la puerta, pero esta vez el pasillo estaba iluminado, eso me hizo sentir un poco más segura. Llamé a la señora Mónica, no me importaba que mis gritos pudieran despertar a alguien. Bajé las escaleras y llegué a la sala. En un sillón pude ver sobresalir del respaldo el cabello de la señora Mónica.
Aliviada de encontrarla me dirigí hacia ella, pero al tomarla por el hombro, vi cómo su cabeza caía al suelo. Volteé al piso y observé la sangre derramada, sentí nauseas y comencé a gritar.
Me dirigía hacia la puerta cuando vi frente a ella al niño con las manos llenas de sangre. “Mami, no quiero que te vayas”, dijo. Lo ignoré y al ver que se acercaba a mí, tomé un paraguas y lo golpeé, se cayó pero cuando se puso de pie parecía muy enojado y dijo: “Te odio”. Sacó un cuchillo del bolso de su pantalón y corrió hacia mí. Yo corrí hacía la planta de arriba, pero tropecé con la sangre de la señora Mónica. Me levanté lo más rápido que pude y subí las escaleras.
Me dirigí al ático, cerré la puerta en cuanto entré y puse una mesa y todo lo que encontré tras esta para que el niño no pudiera pasar. Busqué la forma de salir de la casa: salir por la ventana parecía la única opción; pero estaba muy alto.
Había muchos periódicos viejos, tomé uno para verlo: en el encabezado se encontraba la foto de la señora Mónica, un hombre estaba al lado de ella y en sus brazos sostenía a un bello niño de ojos azules. Me di cuenta de que el niño era el pequeño demonio asesino que me perseguía. El periódico hablaba de un tal doctor Weber que había producido una vacuna para mantener a las personas jóvenes y sanas. Encontré también fotos de animales en los cuales se había experimentado. Se iban deformando a pesar de prevalecer jóvenes. Por fin supe lo que le había pasado a ese niño.
De repente escuché un fuerte golpe, el mocoso había entrado, tome una pala que había ahí. Comencé a temblar, el niño se acercó a mi con rapidez y a pesar de de que lo había esquivado, alcanzo a encajar el cuchillo en mi brazo. Salí del ático, gritando de dolor, el cuchillo aun seguía en mi brazo. El niño venia tras de mi, encontré una puerta, pero al abrirla, una decena de cuerpos, cayeron sobre mi. Todos habían sido asesinados por el engendro. No podía moverme, el dolor en mi brazo penetraba como fuego por todo mi cuerpo, sentía la sangre de los demás, escurriendo por toda mi piel, podía percibir su olor. El niño se acercó a mi, sacó el cuchillo de mi brazo. Grité. Tomó una jeringa y me la introdujo, sentía como se iba quemando mi piel. Tras el niño, agonizante, pude ver la silueta del anciano que me había dado la dirección, escuché como se reía. El niño, encajo el cuchillo en mi pecho. Y así di mi último suspiro.