domingo, 5 de junio de 2016

Viejos recuerdos

Hace ya bastante tiempo, en mi adolescencia, era casi un deporte para mí ponerme a pensar en el sentido de mi vida y el sinsentido de mi muerte. Ateo recalcitrante, lo cierto es que nunca di gran importancia a lo que vendrá después en términos místicos o espirituales. Simple y llanamente, me aterra la idea de desperdiciar mi vida siendo esta la única que tengo.

Hoy me puse a leer "París no se acaba nunca" de Enrique Vila-Matas. Allí, el autor hace una recolecta irónica de sus vivencias durante los años que vivió en París, inspirado por Hemingway en "París era una fiesta". Así, mientras que el viejo pescador fue "muy pobre y muy feliz" durante sus años parisinos, el catalán fue "muy pobre y muy infeliz" y yo, en mi estancia por la Ciudad Luz, solamente fui muy pobre. La diferencia es que yo no fui allá salvo con la firme convicción de bien morir en aquella ajena patria donde tantos otros habían dado sentido a su vida.

Quizá solo es la sensación de nostalgia, sin embargo, hoy, leyendo mi libro, bebiendo una cerveza y comiendo un buen bistec en un restaurante clasemediero, me volví a sentir invadido por esa juvenil duda de ¿qué pasará cuando fallezca? Más allá de los llantos de amigos y familiares, ¿habré dejado una pequeña marca en la vida de las personas? No he escrito ni la "gran novela anericana" ni su versión más mínima y no siento haber transformado el mundo en forma alguna. No sé, es domingo y me embargan las dudas.