jueves, 10 de diciembre de 2009

El escritor a la moda










Una de las verdades semi-universales del oficio (porque escribir es un oficio) que no ha nacido el gran Brad Pitt de la escritura ni el Tyson Beckford de la literatura. Lo que quiero decir es que, vaya, un gran escritor no es un hombre (aquí no me meto con las mujeres) guapo en el sentido moderno (televisivo y cinematográfico) de la palabra.




Somos (yo escribo, así que me cuento) más bien malvestidos o bienvestidos-excéntricos, no nos regimos por los convencionalismos sociales, sea porque los rechazamos, sea porque no tenemos dinero para mantener un guardarropa armani, sea porque (triste como es) probablemente no luciríamos demasiado bien en un conjunto ermenegildo zegna porque nuestros cuerpos que son o exageradamente esqueléticos (y no a lo Iggy Pop ni a lo Scott Weiland) o más bien gordos semi-amorfos en una jugarreta del destino que nos asemeja al Espantapájaros del Mago de Oz o a Moby Dick.




Pero todo gran escritor (aquí me excluyo respetuosamente) ha tenido un estilo muy peculiar en su excentricidad o desprecio por los convencionalismo. Y aunque no somos ningún ejemplo del súperhombre (a la americana) tenemos un no-sé-qué-que-qué-sé-yo que logra que hombres como Charles Bukowski o Henry Miller, que no eran para nada agraciados, tuvieran prácticamente harenes de bellas (y no tan bellas, que de todo hay) mujeres a su alrededor e incluso viviendo en condiciones deplorables, como Poe o los bohemios francesitos, mantuvieran vivo el espíritu del sex-appeal que proporciona un gran cerebro y un gran talento. El escritor, el artista, se forja su propia cultura, sus propias reglas y su propia moda y estilo y sigue manteniendo su dignidad hasta en las situaciones más indignas porque no pierde de vista nunca la idea (no politizada)
de Libertad.

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